Nacido para batear. De niño prodigio a rey del beisbol

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Escribí este perfil de Miguel Cabrera en 2012, por encargo de la Revista Proceso de México, a propósito del primer premio como Jugador Más Valioso del astro de Maracay en la MLB. Vuelvo a compartirlo, ahora que otra vez es noticia, al convertirse en el venezolano con más hits 


Por Ignacio Serrano
Revista Proceso, México
Tenía que llegar ese día en que Germán Robles le hablara a Miguel Ángel García sobre Miguel Cabrera.
Robles había trabajado como latonero en un taller de reparación de automóviles, era contador graduado y probaba suerte en busca de una vida en su deporte favorito: el beisbol.




Venezuela es tierra fértil para el juego de pelota. No existe otra nación suramericana donde el fútbol vaya a la zaga en el corazón del pueblo, y Robles pensó que su experiencia como entrenador de equipos infantiles podría ayudarle.
Hoy hay centenares de venezolanos como Robles. Pero en 1998 apenas comenzaba el boom y el ex contador no podía imaginar el papel que estaba por jugar en la firma de quien es, para muchos, el mejor pelotero del planeta y la figura que puso a los Tigres de Detroit en la Serie Mundial.
“Soy tío de Miguel”, cuenta Robles, por entonces el cazador de nuevos valores de los Marlins de Florida en la zona central de Venezuela, a dos horas de viaje desde Caracas. “Los conozco a él y a su hermana Ruth desde que son pequeños. Goya, su mamá, es hija de una media hermana de mi mamá”.
Goya es Gregoria Torres, ex estrella de la selección nacional de softbol.
“Muchacho, y era buena jugadora”, recuerda Robles. “Fueron 13 años en la selección nacional. En esa familia todos son atletas”.
José Miguel Cabrera no lo parecía, cuando jugaba metras con sus amigos en el barrio La Pedrera de Maracay, una calurosa ciudad de mediano tamaño, ubicada a 100 kilómetros de la capital.
El niño José Miguel “era gordito, bien simpático, tranquilo. No era peleón. Era un muchacho común y corriente”, recuerda el tío. Pero cuando entraba a una cancha de voleibol, de baloncesto o futbolito, dejaba de ser el gordito que se merendaba todos los días un refresco de malta y un ponqué.
“Era un atleta muy completo”, advierte Robles. “Y su pasión era el beisbol”.
José Miguel era bueno en los diamantes. Muy bueno. Había representado al estado Aragua en campeonatos nacionales. Sus mentores cuentan que podía soltar la pelota a 87 millas por hora, con sólo 15 años de edad.
Pero eran el bate, la insólita confianza en sí mismo y una agilidad impensada en un niño barrigón lo que más sorprendía.
Sobre todo el bate.
“Desde chiquito”, cuenta José Miguel padre, “su pasión era agarrar el bate e irse al campo”.
No tenía que ir muy lejos. Los Cabrera vivían en un pequeño terreno donde se alzaban tres casas. La pared de una de ellas, donde habitaba la abuela materna, aún marca el límite con el terreno de juego.
El de La Pedrera no era el único lugar donde el adolescente repartía tablazos y causaba admiración.
“Era muy conocido en toda la ciudad, por los campeonatos nacionales junior y juveniles”, asegura Hilmar Rojas, periodista maracayera, quien en 1999 era pasante en el diario El Nacional y hoy trabaja para la Asociación Mundial de Boxeo en Panamá,.
Rojas se apareció una mañana ante su Editor de Deportes, en julio de 1999. Sabía dónde vivía ese niño de 16 años, que acababa de firmar un contrato por 1,8 millones de dólares con los Marlins.
“Miguel, a los 15, sacaba la pelota en línea en el estadio José Pérez Colmenares”, continúa Rojas, citando el parque donde juega el equipo profesional de la ciudad.
La que publicó Rojas fue la primera entre centenares de primeras planas que los medios impresos han dedicado a este artista del bateo, que acaba de obtener la triple corona ofensiva en las mayores, la hazaña que nadie había conseguido desde 1967 y que sólo ha sido lograda por un puñado de leyendas, casi todos inmortales del Salón de la Fama.
“Millonario a los 16”, tituló Rojas. Pero Cabrera era todavía menos un millonario que un chico de 16.
“Vivía en una casa grande, pero humilde”, relata la periodista. “Había un patio de tierra con gallinas. No me gustan las gallinas, y Miguel empezó a corretearlas, para que yo pudiera pasar. Adentro, la sala estaba llena de sus trofeos y fotografías. Él casi no hablaba. Parecía muy tímido, como si estuviera asimilando lo que le había tocado vivir. Su papá y su mamá hablaron por él”.
Goya y José Miguel padre habían asumido la representación de su hijo, en todos los aspectos. El célebre agente Scott Boras trató que Carlos Ríos, su representante en el área, consiguiera los derechos para negociar la firma del prospecto. Boras ha sido abogado de los más ricos y talentosos peloteros de la gran carpa, incluyendo a Alex Rodríguez, el dueño del mayor contrato en la historia.
Los esposos tenían otra idea. El padre fue lanzador amateur. Junto con la madre softbolista, asumieron el rol de entrenadores y agentes.
García llegó a la vida de los Cabrera cuando el muchacho tenía 14 años de edad y tres meses. Lo recuerda a la perfección y lo repite sin dudar. Era el supervisor de scouts de los Marlins en Venezuela y ya Robles trabajaba para él, recorriendo las poblaciones vecinas a Valencia y Maracay.
Antiguo lanzador de los Piratas de Pittsburgh y los Ángeles de California, García había escuchado hablar del risueño mozalbete, que defendía las paradas cortas con casi tanta agilidad como velocidad tenía en el swing.
Muchas organizaciones sabían del mozo. Pero García supo pronto que contaba con una inesperada ventaja, cuando otro scout le habló de la relación familiar de Robles con Gregoria Torres.
“La primera vez que vi jugar a Miguel me llamaron la atención sus herramientas”, dice García, aludiendo la fuerza y los desplazamientos del juvenil. “Pero lo que más me llamó la atención fue su actitud. Tenía los instintos. Era el líder en su equipo”.
Gregoria y José Miguel pulieron con afecto esas herramientas y esos instintos, tanto como su disciplina personal.
“La gente no lo sabe, pero Miguel se graduó de bachiller con promedios de 19 y 20”, asevera García, citando las máximas calificaciones posibles para un estudiante venezolano. “Se graduó con 17”, matiza el padre. Casi da lo mismo la diferencia.
Tenía la habilidad atlética, disciplina y, por lo visto, los mejores entrenadores.
“El día que vi a Goya tomando roletazos en un campo de pelota, ¡muchacho, se me pararon los pelos!”, suelta García. “Es extraordinario que tanto tu padre como tu madre puedan hablarte de sus vivencias en el deporte”.
Puede que de allí venga la insólita tranquilidad que exhibe Cabrera en los diamantes.
A los 16 años de edad ya había jugado en un partido de beneficencia junto con Andrés Galarraga, Omar Vizquel, más de dos decenas de estrellas del beisbol venezolano y hasta el mismísimo Hugo Chávez, recién estrenado Presidente de la nación. Aquel 22 de enero de 2000 le dio un hit a Ugueth Urbina, el cerrador de los Expos de Montreal.
El batazo a Urbina fue casi una travesura. Le lanzó suavemente, con una pelota de softbol.
Cabrera había demostrado que podía hacer lo mismo en el ámbito profesional. El 30 de diciembre de 1999, pocos meses después de aparecer en la portada de El Nacional, debutó con los Tigres de Aragua y en su primer encuentro también dio un hit.
A los 18 años de edad empujó a los felinos a su primera final en una década, al disparar tres jonrones en la semifinal.
Apenas cumplidos los 20 fue subido a las grandes ligas por Florida y en el encuentro de su estreno dio un cuadrangular, para dejar en el terreno a los Mantarrayas de Tampa Bay. Únicamente dos debutantes en la historia habían decidido de ese modo el choque de su debut.
Cuatro meses después, Cabrera era el cuarto bate de los Marlins en la Serie Mundial.
Es célebre el episodio que protagonizó en el cuarto choque de ese clásico de octubre. Roger Clemens, el astro de los Yanquis, que logró más de 350 victorias y 4.600 ponches, le recostó al novato una recta que lo tiró al suelo. El recluta se sacudió la tierra y miró fijamente al lanzador, sin decir palabra.
El mensaje era claro: bienvenido a las mayores. Cabrera volvió a cuadrarse y castigó el siguiente pitcheo, un lanzamiento sobre la esquina de afuera del plato, enviándolo detrás de la barda derecha.
Bienvenido. Claro que sí. Florida ganó esa Serie Mundial.
Cabrera mira a veces a los ojos de los periodistas con el mismo semblante con que miró a Clemens. Pero en octubre de 2006 invitó a su casa en Miami a dos reporteros, enviados a seguirle en su carrera por el título de bateo en la Liga Nacional, que ese año perdió por poco.
“Me gustaría que la gente supiera en Venezuela quién soy en realidad”, confesó, al caer la noche. “Esta es mi casa. Y mi familia. Una familia normal, como cualquier otra”.
Su esposa Rosángel, su novia desde el bachillerato, ya llevaba en brazos a Rosángel Brisel, la primera de los tres hijos de la pareja. Con ella ha vivido lo bueno, que ha sido mucho, y lo malo, que también sucedió.
Una llamada telefónica de Rosángel a la policía de Detroit, en octubre de 2009, inició un capítulo inesperado. Cabrera fue arrestado bajo alegato de violencia familiar. El informe policíaco precisó que el pelotero se encontraba bajo efecto del alcohol. No se presentaron cargos.
Una investigación periodística reveló, en enero de 2010, que el jugador se había sometido a tratamiento contra el abuso de bebidas alcohólicas, después del incidente. Pero en febrero de 2011 volvió a ser arrestado en una autopista de Florida, cuando se dirigía al campo de entrenamientos de los Tigres de Detroit, con una botella de whisky a medio consumir y en estado de ebriedad.
“Fue una sorpresa, porque en su familia nadie había tenido ese problema”, musita Robles. “Quizás había llegado al estrellato demasiado rápido. Quizás estaba agobiado por problemas personales. No sé decirlo”.
“Esa no era la persona que yo conocía”, apunta García. “No puedo excusarlo, pero el que yo conozco siempre ha sido un muchacho educado, tranquilo”.
Cabrera juró que cambiaría. Prometió dejar el alcohol.
En octubre de 2011, cuando aseguró la primera de las dos coronas de bateo que ha ganado en la Liga Americana, un reportero preguntó a sus compañeros Víctor Martínez y Magglio Ordóñez, también venezolanos, si traerían al camerino una botella de champaña, como Carlos Guillén hizo para Ordóñez en 2007, cuando éste también fue líder bate.
“¿Y para qué?”, respondieron, a coro. “Miguel no bebe más que agua”.
Este año inició la Fundación Miguel Cabrera, para ayudar a organizaciones dedicadas al deporte infantil. Hoy es uno de los 30 finalistas del premio Roberto Clemente, un galardón que se entrega anualmente al pelotero que mejor combine la excelencia deportiva con el trabajo comunitario.
“La gente grande regresa en grande. Y Miguel siempre ha sido un grande”, dice Robles.
“Ese es el Miguel que conozco”, interviene García. “El que en los entrenamientos primaverales se toma varias noches para aconsejar a los novatos; el que procura que los jugadores de ligas menores reciban comida latina en el spring training; el que tomó bajo sus alas a varios jóvenes venezolanos en Detroit”.
García ya había ganado la confianza de la familia Cabrera Torres, la víspera de la firma del prospecto pretendido por una decena de organizaciones de grandes ligas. El lazo que se inició el día cuando Robles lo puso delante del adolescente dio fruto dos años después: los Dodgers de Los Ángeles llegaron a ofrecer 2,2 millones de dólares por el joven José Miguel. Los padres del pelotero prefirieron a los Marlins.
García volvió a verse con el matrimonio en Detroit, hace unos días, en plena Serie Mundial. Ahora coordina el sistema de detección de talentos de los Tigres de Detroit en América Latina. La vida ha mantenido juntos sus caminos.
Robles, que ahora es supervisor de scouts en Venezuela para los Nacionales de Washington, recuerda las primeras palabras de Miguel, después de firmar su contrato millonario: “Papá, no quiero que vuelvas a llenarte las manos de grasa. Nunca más”.
A José Miguel Cabrera padre lo conocían en Maracay como el orgulloso latonero cuyo niño prodigio daba batazos de largo metraje. Nunca más vivió de reparar automóviles. Cumplió la promesa que le hizo a quien una década después sería aclamado como el mejor bateador del beisbol.
Publicado en la revista Proceso, de México, la última semana de octubre de 2012.


Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor, y escribo sobre beisbol desde 1985. Durante 33 años fui pasante, reportero y columnista en El Nacional, ESPN y MLB.com, y ahora dirijo ElEmergente.com. También soy comentarista en el circuito radial de Cardenales de Lara y Televen. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

5 COMENTARIOS

  1. Es un orgullo para mí ser fanático primero de los gloriosos tigres de Aragua, seguidor de Miguelito Cabrera, y se pierde de vista el talento de Miguelito sigue adelante hermanó

    • Ya el talento de Miguelito lo vimos todos desde el 2002 cuando irrumpio abruptamente en la elite del beisbol.
      El que se pierde de vista ahora mismo es Ronald Acuña Jr.
      Anota ese nombre por hay.

  2. Sus logros día a día, me llenan de alegría y orgullo. Esperando llegue a los 500 hr y 3.000 hits está temporada. Venezuela con Miguel Cabrera!!!

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