Perfección mundial. La obra maestra de Don Larsen

Fecha:

Por Alfonso Saer
¡Aquella joya de pitcheo ocurrió en un escenario de abolengo!
Si toca seleccionar un día de gloria suprema en el beisbol
de Grandes Ligas, el 8 de octubre de 1956 puede ser la fecha escogida por
analistas y aficionados. En pleno otoño se montó una obra que hasta el momento
permanece intocable, inigualada, con  el
asterisco de inédita y soberbia.
Cuando Don Larsen tiró su juego perfecto ante los Dodgers de
Brooklyn en la Serie Mundial de aquella mitad de siglo, éramos unos niños que
escuchábamos con fruición las transmisiones de la Cabalgata Deportiva Gillette.
El argentino Buck Canel, de voz profunda, grave y señorial, asomaba claramente
como la figura central junto al cubano Felo Ramírez, hoy miembro del Salón de
la Fama de Cooperstown, y el venezolano Marco Antonio de Lacavalerie, el
“Musiú”. Eran ellos, ausentes otros recursos comunicacionales, los que nos
erizaban con sus descripciones en las ondas hertzianas. Ese día, en la
décima  estación del año, 64 mil 519
personas abarrotaron la casa que simbólicamente Babe Ruth construyó en 1923,
para el quinto choque del clásico con la serie empatada a dos.
Si nadie se imagina nunca un juego perfecto en un evento de
tanto rango, menos acariciaba eso algún mortal al tratarse de Don James Larsen —diestro
de números discretos— el que trepaba al montículo de los neoyorquinos. Aquella
tarde  —todos los partidos del evento
eran diurnos entonces— el nativo de Michigan City, con 27 años a cuestas, entró
en la inmortalidad con una hazaña íngrima en la historia, vigente en solitario
quién sabe hasta cuándo.
De Larsen se esperaba mucho menos que eso. Nunca ganó más de
once juegos en una temporada —11-5 en esa zafra del 56— y su registro de por
vida fue un discretísimo 81-91. Incluso, dos años antes tuvo un horrible
balance de 3-21, aunque no lanzó tan mal (4.37 de ERA) como lo refiere ese
terrible desnivel entre reveses y triunfos. El noveno episodio, aquella
luminosa tarde, lo vivió de pie la multitud que se debatía entre el mutismo, la
admiración y el jolgorio. Carl Furillo peleó su turno y finalmente elevó al
guante del jardinero derecho Hank Bauer. De seguidas, Roy Campanella dio rolata
al camarero Billy Martin, antes de que el éxtasis beisbolero llegara al clímax
con el ponchado al emergente Mitchell. Entonces, Yankee Stadium fue una locura
de serpentinas, gritos y exuberante celebración. El salto de Yogi Berra, el
catcher — famoso 8 — ha quedado inmortalizado en las imágenes.
En aras de su labor inmaculada, Larsen ponchó a siete de los
Dodgers, quienes, al cabo, perderían el tope 2-0 y la justa 4-3. Existía una
marcada rivalidad entre los equipos que compartían la populosa urbe, pero en
diferentes sectores. De hecho, se trataba de los dos conjuntos con mayor
relieve en esa década del 50. Habían chocado estas plantillas en las grandes
finales del 52 y el 53, con victorias para los Yankees (4-2, 4-3), pero en el
55 los llamados pandilleros tomaron leve desquite en una justa que terminó en
el séptimo careo. Era la época en que la pelota de mayor jerarquía no había
llegado a la costa oeste de Estados Unidos, lo que ocurriría precisamente con
los Dodgers, junto a los Gigantes, al mudarse ambos a Los Ángeles y San
Francisco mientras expiraba el quinto decenio.
En la tropa defenestrada por Larsen estaban Jackie Robinson,
Roy Campanella, Pee Wee Reese, Gil Hodges, Duke Snider y Carl Furillo, entre
otros, mientras en el dugout pasaba inadvertido el entonces mozo Sandy Koufax.
El inusitadamente famoso Larsen estaba respaldado por Yogi Berra, Billy Martin,
Gil McDougald y Hank Bauer, para citar algunos, todos liderados por la batuta
del icónico Mickey Mantle, cuyo cuadrangular fue uno de los cinco hits que
aceptó el oponente, Sal Maglie. Mantle le puso sello defensivo al encuentro
cuando decapitó con una mano la peligrosa línea de Hodges al center-left,
marcando el segundo out del quinto inning. Las novenas estaban dirigidas por
dos legendarios pilotos, Casey Stengel (Yanquis) y Walter Alston (Dodgers).
Se cocinó la fabulosa faena con 97 envíos de Larsen, quien
terminaría deambulando en otros cuatro clubes hasta su retiro en 1967. En 2
horas y 6 minutos se consumó este episodio sin parangón en Grandes Ligas.
Al día siguiente, los Dodgers fueron amarrados en cuatro
imparables por Bob Turley, pero Clem Labine también lanzó completo, dispersó
siete cohetes y venció 1-0 en otro gran duelo que igualó la serie 3-3. Sin
embargo, los maderos del club más reputado del planeta se desataron en el juego
siete para vencer  (9-0) con el tercer
blanqueo seguido de la competición, a cargo de Johnny Kucks.
A no dudarlo, una Serie Mundial que permanecerá en el tiempo
y las memorias. Don maravilloso el de Larsen.

Alfonso Saer

Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor, y escribo sobre beisbol desde 1985. Durante 33 años fui pasante, reportero y columnista en El Nacional, ESPN y MLB.com, y ahora dirijo ElEmergente.com. También soy comentarista en el circuito radial de Cardenales de Lara y Televen. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

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