El emergente: Enzo Hernández

Fecha:

Un tributo al grandeliga que se fue


La primera
imagen que tuvimos de Enzo Hernández nos causó profunda e ingenua admiración.



A
los nueve años de edad no hay modo de saber cuán bueno es o no es un shortstop.
A los nueve hay sensaciones y, sobre todo, emociones.



Una de nuestras emociones favoritas
era recibir un sobre de barajitas Topps, las únicas por aquel 1975. El diseño
de los cromos era extraño, cada uno con un marco de dos colores que variaban
sin distinguir un patrón.



Casi todos los jugadores aparecían posando. Las pocas
fotografías en acción correspondían a las que hacían alusión a los playoffs de
1974 y alguna más. Y allí estaba él, sonriendo, las manos sobre las
rodillas, en la misma posición que nuestro primer entrenador nos decía que
debíamos adoptar antes de que el pitcher lanzara al home.



Era Enzo Hernández.

La lista de
venezolanos era tan pequeña por ese entonces, que el campocorto oriental era el
número 20 entre los graduados criollos.



El
Nacional
solía publicar en los años 70, al finalizar el spring training,
una pieza en la página B1 o B2 con las fotografías de cada grandeliga del
patio. Ávido fanático de un deporte que le robó el corazón y le apartó de las
raíces futboleras de sus padres, el niño que éramos recortaba todo lo que
aparecía en los periódicos y empapelaba su habitación con artículos y retratos
que le permitían soñar despierto.

Uno de esos recortes tenía el rostro de los
seis bigleaguers que iniciaban alguna de esas temporadas, la de 1976 o 1977. ¡Seis! 
En marzo, este mismo diario dedicó una página completa a los más de 60 que
abrieron fuegos en 2012.

Era tan infrecuente ser venezolano y jugar en las
mayores, que los pocos elegidos eran nuestros héroes.

Cada día revisábamos con fruición
los numeritos que publicaba Meridiano,
una diminuta lista. Constatábamos que Enzo seguía sin alcanzar los .220 de
average, pero eso tenía poco sentido. Lo grande, lo emocionante, era que jugaba
todos los días en la gran carpa y que teníamos su barajita en casa.

Es verdad,
los Padres de la década de los 70 eran el equipo más débil en la división oeste
de la Liga Nacional,
dominada por los Rojos y los Dodgers. Pero hay que ser muy buen discípulo de
Luis Aparicio para batear .224 y ser titular, como lo fue el anzoatiguense en
seis años con San Diego, durante una carrera que duró ocho campeonatos y que fue
cortada prematuramente por las lesiones.



Hoy, la admiración nace de otros
motivos: que haya tenido una campaña de sólo 12 empujadas con más de 600
apariciones en el plato, por ejemplo, en 1971; o que haya robado 37 bases en un
torneo en el que apenas golpeó 119 hits, en 1974.



El único recuerdo en acción que
tenemos de él corresponde a su última zafra, la 1978-1979, con La Guaira, un tiempo en el que
ya visitábamos el Universitario con frecuencia semanal.



La niñez tiene la magia
de grabarnos imborrablemente estas alegrías; aquellos jugadores siempre serán nuestros
héroes, los únicos ídolos de nuestra vida. Al crecer, la adolescencia cambia el
sentimiento por las derrotas de tristeza a disgusto; los ídolos se hacen
humanos al fallar. Y no hablemos ya de la adultez, sobre todo esta adultez en
la que nuestra profesión nos hace constatar que los peloteros son sólo seres
humanos, al igual que ustedes y nosotros.



Por eso, cuando Oswaldo Blanco nos
llamó el domingo para darnos la mala noticia de la muerte de su amigo, la
primera imagen que recordamos fue la de aquel joven con las manos en las rodillas
y uniforme de grandes ligas, el héroe que jugaba en las mayores y nos hacía
soñar despiertos, a quien hoy sus amigos y familiares enterraron en El Tigre.



Mil
gracias, Enzo. Descansa en paz.

Publicado en El Nacional, el martes 15 de enero de 2013.
Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor, y escribo sobre beisbol desde 1985. Durante 33 años fui pasante, reportero y columnista en El Nacional, ESPN y MLB.com, y ahora dirijo ElEmergente.com. También soy comentarista en el circuito radial de Cardenales de Lara y Televen. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

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