en el medio del orden era el símbolo más claro de la emergencia crepuscular.
Formaba parte de un grupo brillante, pitchers y toleteros que impusieron su ley
durante poco más de una década y cuya principal característica probablemente
fuera creer en sí mismos.
con el talento deportivo.
de Miguel Cairo, de Edwin Hurtado, eran buenos jugando pelota. Pero lo mejor
era el modo cómo encaraban la adversidad.
en el home del estadio Universitario por Wilfredo Romero, la tribuna le contó
10 al adolorido receptor, mientras era atendido en el suelo. Era una burlona
alusión a los boxeadores noqueados.
rodilla, por lo que debió ser sacado en camilla, se perdió el resto de esa
final contra los Leones, no pudo ir al spring training de Grandes Ligas y
estuvo un año entero sin jugar, rehabilitándose.
tenían la misma respuesta para la inesperada afrenta: el único modo de hacerles
pagar la burla era impidiéndoles el gozo de la celebración. Y lo hicieron. Los
pájaros rojos fueron campeones.
silbatina atronadora de los fanáticos caraquistas. Le temían a su ofensiva, y así reaccionaban, buscando acoquinarlo.
El guayanés no respondía,
más que con el bate. En no pocas ocasiones, acalló los abucheos con cuadrangulares,
mientras crecía su imagen hasta convertirse en uno de los más grandes
bateadores criollos que han pasado por la LVBP, junto a Vitico Davalillo,
Teolindo Acosta, Camaleón García y pocos más.
de sus rivales del Caracas, trituró el pitcheo en triple A y seis veces se ganó
el ascenso. Tal vez si hubiera sido un jonronero nato, habría logrado un nicho
arriba. En cambio, terminó exportando sus habilidades más allá de Estados
Unidos, como Petagine, y se hizo un competidor habitual en México y Japón.
recoge la larga y brillante carrera de Pérez. Seguramente habrá lamentado más
de una vez el no haber disfrutado de una extensa pasantía por la gran carpa,
como sí la tuvieron Sojo, Carrara y Cairo.
trabajo silencioso y la constancia, sonreído padre de familia y buen
competidor, tiene que haber pensado que aquel fue el rédito que pagó para decir
adiós con la grandeza con que hoy se despide.
habría conectado 1.000 hits y quizás se habría acercado a los 97 jonrones de
Antonio Armas. Pero no habría tenido el modo de superar las marcas de Armas y
Camaleón, de poner su nombre al lado de Vitico y ganarse un boleto por
aclamación a nuestro Salón de la Fama.
También se marchan Bob Abreu y Tomás Pérez. Tendrá compañía dentro de cinco
años, el día en que todos recordaremos el carácter que enseñó en los diamantes,
mientras devela su estatuilla en el templo de Valencia.